porque letras no faltan
Hace poco descubrí la diferencia entre estar loca y hacer locuras, fue un libro quien me lo preguntó y alguien quien me respondió.
Cuando haces preguntas al aire, tienes miedo de la verdad, porque sabes que va a ser un momento en el que no vas a poder -aunque quieras- dejar de escuchar.
Las palabras en el aire son como balas disparadas por armas que son bocas, creadas por genética y que, a menudo, nunca saben qué decir cuando ya no sienten nada. Suficiente, conformismo o rutina, aunque a mi yo de ayer le guste escribir “bonitas costumbres”.
Siempre que veo a A, acabamos hablando del 10 en los vínculos, de lo intenso que supone desconocer a alguien, de lo único que es ir acariciando heridas con los dedos, besando cada recuerdo y volviéndolas a cubrir. A, es alguien que sabe que nunca fue sólo alguien para mí. Ahora A sigue creciendo, como el árbol que plantas y sales cada tarde a ver sus hojas, a encontrar sus diferencias, a quererle sus manías... Ahora A, sigue creciendo y yo sigo saliendo alguna tarde a contemplar árboles, pero, esto no era por lo que he empezado a escribir. Lo cierto es que no hay un motivo para comenzar algo, pero siempre nos sobran las razones para terminarlo.
Cuando conocí a B, todavía seguía saliendo cada tarde a encontrar diferencias en las cortezas, fue un viaje de vida y vuelta, una explosión en el sitio, una inmolación premeditada. B me enseñó que el frío es lo que da calor, y que más vale un verano sin sol, que un invierno sin corazón. Tampoco sé por qué te presento a B, a día de hoy, mi cabeza, recuerda vagamente lo que es vivir un infierno interior sobre una cama de hielo.
Hace poco también descubrí la diferencia entre soledad y estar a solas. No fue un libro quien me lo preguntó, ni nadie quien me respondió, porque la soledad, como la tristeza, no es un tema que se hable, es un estado que se vive. No necesitas que el aire te grite las coordenadas para que vayas uniendo los puntos y encontrar tu dolor, ni que una boca te recuerde lo que era sentir desazón, contigo tienes suficiente, conformismo o rutina.
Vivo enamorada de la vida, o eso creo.
Vivo, de esto estoy segura, o eso creo.
Me enamoro, no cabe duda, o eso creo.
Estoy alojada en la incertidumbre y siempre llega C a tiempo para despejarme las cuestiones, para simplificar la existencia hasta las células, siempre llega con una invitación a un viaje de huida sin vuelta.
Yo sigo igual que en la primera letra, el reloj marca otra hora, pero el tiempo me recuerda la importancia de que hay ciertas cosas que no cambian. Como un primer amor que creías último, o un tren que, justo en este mismo instante, sale hacia lo que para muchos es el principio de un final anunciado, o una risa que alojas en tu memoria y recuerdas una y otra vez para revivir escenas que quizá nunca o jamás siempre. Sigo igual, no tengo re-miedos.
Cuando haces preguntas al aire, tienes miedo de la verdad, porque sabes que va a ser un momento en el que no vas a poder -aunque quieras- dejar de escuchar.
Las palabras en el aire son como balas disparadas por armas que son bocas, creadas por genética y que, a menudo, nunca saben qué decir cuando ya no sienten nada. Suficiente, conformismo o rutina, aunque a mi yo de ayer le guste escribir “bonitas costumbres”.
Siempre que veo a A, acabamos hablando del 10 en los vínculos, de lo intenso que supone desconocer a alguien, de lo único que es ir acariciando heridas con los dedos, besando cada recuerdo y volviéndolas a cubrir. A, es alguien que sabe que nunca fue sólo alguien para mí. Ahora A sigue creciendo, como el árbol que plantas y sales cada tarde a ver sus hojas, a encontrar sus diferencias, a quererle sus manías... Ahora A, sigue creciendo y yo sigo saliendo alguna tarde a contemplar árboles, pero, esto no era por lo que he empezado a escribir. Lo cierto es que no hay un motivo para comenzar algo, pero siempre nos sobran las razones para terminarlo.
Cuando conocí a B, todavía seguía saliendo cada tarde a encontrar diferencias en las cortezas, fue un viaje de vida y vuelta, una explosión en el sitio, una inmolación premeditada. B me enseñó que el frío es lo que da calor, y que más vale un verano sin sol, que un invierno sin corazón. Tampoco sé por qué te presento a B, a día de hoy, mi cabeza, recuerda vagamente lo que es vivir un infierno interior sobre una cama de hielo.
Hace poco también descubrí la diferencia entre soledad y estar a solas. No fue un libro quien me lo preguntó, ni nadie quien me respondió, porque la soledad, como la tristeza, no es un tema que se hable, es un estado que se vive. No necesitas que el aire te grite las coordenadas para que vayas uniendo los puntos y encontrar tu dolor, ni que una boca te recuerde lo que era sentir desazón, contigo tienes suficiente, conformismo o rutina.
Vivo enamorada de la vida, o eso creo.
Vivo, de esto estoy segura, o eso creo.
Me enamoro, no cabe duda, o eso creo.
Estoy alojada en la incertidumbre y siempre llega C a tiempo para despejarme las cuestiones, para simplificar la existencia hasta las células, siempre llega con una invitación a un viaje de huida sin vuelta.
Yo sigo igual que en la primera letra, el reloj marca otra hora, pero el tiempo me recuerda la importancia de que hay ciertas cosas que no cambian. Como un primer amor que creías último, o un tren que, justo en este mismo instante, sale hacia lo que para muchos es el principio de un final anunciado, o una risa que alojas en tu memoria y recuerdas una y otra vez para revivir escenas que quizá nunca o jamás siempre. Sigo igual, no tengo re-miedos.
Comentarios
Publicar un comentario