¿quién dijo que sería fácil?

En determinados momentos del año, solemos plantearnos nuevos retos: ir al gimnasio, buscar trabajo, dejar de fumar, empezar a estudiar, perder algo de peso… El caso es que, cuando ideamos un proyecto y lo anunciamos por primera vez, nos sentimos estupendamente porque tenemos entre manos algo que es importante para nosotros.

Pero cuando nos planteamos un objetivo, a veces no valoramos el esfuerzo que nos va a suponer alcanzarlo. Visualizamos el resultado final sin caer en la cuenta de lo importante que es el camino. Y es que vamos a tener que hacer frente a una serie de dificultades que pueden frustrar nuestro propósito si no sabemos enfrentarnos a ellas.

Es importante llevar a la consciencia nuestras creencias limitantes, poniendo en práctica una buena gestión emocional y, sobre todo, comprometiéndonos con nuestro plan. Porque no es suficiente con decir las cosas, sino que también hay que saber qué estás dispuesta a hacer para lograr lo que deseas.

 La soledad del día a día es más dura de lo que pensabas en un principio y te puede hacer sentir incomprendida porque desde fuera no parece para tanto... ¡Pero claro que lo es! Cuando empieza un nuevo día y decides ir a por tu reto, nadie te está obligando a ello, pero tampoco te van a estar animando mientras intentas conseguirlo.

Plantéate tu objetivo como si de una carrera de fondo se tratara, en la que no debes acelerar demasiado al principio y sí conservar fuerzas para el sprint final. Es decir, ten paciencia, porque lograr lo que quieres no es cosa de un momento, sino de mucho trabajo y esfuerzo. Solo tú sabes hasta dónde puedes llegar. Nadie te garantiza el éxito, pero una cosa está clara: intentarlo merece la pena.


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